LULU LA GATA LOCA

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA PRISA UN ENEMIGO DE NUESTRA VIDA Y NUESTRO ENTORNO

LA PRISA, UN ENEMIGO DE NUESTRA VIDA Y DE NUESTRO ENTORNO...........




VISTAMEN AL PASO, QUE VOY DE PRISA (NAPOLEÓN BONAPARTE).......ESA FRASE DEBERÍAMOS APLICARLA A TODAS LAS ÁREAS DE NUESTRA VIDA.......SIN EMBARGO VIVIMOS EN UN AGITADO MUNDO DONDE NOSOTROS CONTRIBUIMOS CADA DÍA MAS AL DESORDEN MENTAL LLAMADO PRISA......POR LO QUE NO SOLO LLEVAMOS


DESASOSIEGO A NUESTRO ENTORNO, SINO TAMBIÉN A NUESTRA MENTE........LLEGANDO HASTA LA ANSIEDAD.


CONVIRTIENDO NUESTRA VIDA EN UN VERDADERO CAO......LA PRISA CONVIERTE TODAS LAS ÁREAS DE NUESTRA VIDA EN UN DESENFRENA DO Y ACALORADO MODO DE VIVIR............DONDE MUCHAS VECES TENEMOS TODO MENOS PAZ
 
copio a continuación del segundo libro, el capítulo “Les dangers del surmenage” (Los peligros del atareo):
 
Un día que mis hijos habían invitado a unos amigos a la casa, la hora de la cena se acercaba y, transidos de hambre, todo el mundo comenzó a impacientarse. Yo me precipité a la cocina para preparar la comida. Prendí la cocina a gas y eché la pasta en una cacerola. Esforzándome en preparar todo a la mayor velocidad posible, hice un lío con todos los ingredientes, especies y legumbres. ¡Fue un desastre! La comida resultó demasiado cocinada o cruda, en pocas palabras: un asco. Por no organizar nada, la cocina se convirtió en un gran desorden. Era necesario limpiar totalmente la cocina y comenzar todo de nuevo. Por querer ir demasiado rápido, cree un montón de trabajo, y los niños continuaban protestando de hambre.


Los carpinteros tienen una norma: “más vale tomar las medidas dos veces, y cortar una sola vez, que a la inversa”. En lenguaje corriente, el que toma su tiempo y toma precauciones, evita errores; ahorra tiempo, energía y dinero. Si yo hubiera mantenido la calma y hubiera dedicado cinco minutos más en la preparación de la cena, los muchachos se habrían lamido los labios, y yo habría ganado tiempo.

El afán o atareo es enemigo de la eficacia. Saber eso me ha dado más sangre fría, me ha hecho más feliz y más efectivo. Cuando usted también comprenda en cuál punto su mente se desborda de reflexiones simultáneas y, a menudo, contradictorias, usted no volverá a él. Estará sorprendido de haber podido funcionar con semejante peso en su cabeza. La limitación que constituye una mente atiborrada, es comparable a cuando uno cocina con precipitación. Uno se deja dominar por un sentimiento de urgencia que estropea el resultado final, tanto en la calidad y la eficacia de la ejecución como en la satisfacción que uno obtiene.

Piense en su casa. Ustedes estarán de acuerdo en que existe un límite de las cosas que puede contener. Una cantidad ideal de muebles, de objetos, de vestidos, e instrumentos de cocina que tiene cada uno en su vivienda. Más allá de este límite, todo no es más que un desorden: se vuelve imposible encontrar lo que sea, o preservar la apariencia de limpieza. La casa está saturada.

Esta imagen puede servir de metáfora para describir el uso que podemos hacer de nuestro cerebro. El también se satura de consideraciones que acaparan permanentemente nuestros pensamientos.

Para empezar, están los proyectos para el futuro. ¿Qué vamos a hacer de nuestra vida? ¿Qué vamos a hacer mañana, la semana próxima, un mes después, dentro de un año? ¿Cómo vamos a terminar nuestro trabajo, a dejar los niños en el futbol, o llevar la ropa a la tintorería, todo antes de las seis de la tarde? “¡Uy! Me olvidé llamar a Felipe!” recordamos mientras prevemos el cumpleaños del pequeño o poder arreglar los papeles para llenar la declaración de impuestos. En el trasfondo uno mantiene la preocupación para cubrir nuestras necesidades después de la jubilación.

En el centro de este desorden, nuestro cerebro trabaja sin descanso, constantemente acosado por un torbellino de pensamientos, de deseos contradictorios, y decisiones que tomar.

Ahora, es nuestra memoria la que guarda todos los eventos de nuestro pasado. Los recuerdos recientes, como el altercado de la mañana, y los recuerdos lejanos como los recuerdos de la escuela. Después está el empleo de nuestro tiempo, hora tras hora; a pesar de todas nuestras agendas electrónicas, está ahora en nuestra cabeza, que nosotros conservamos, consultando sin cesar la lista de tareas a realizar, sea para revisarla, sea para verificar nuestro progreso. Y finalmente, las buenas viejas preocupaciones tradicionales: ¿qué me va a pasar ahora? ¿Por cuál situación voy atravesar? ¿Cómo prepararse para lo peor? Agréguele una pizca de rencor, algunos sueños, así como algunos fantasmas… y la olla de presión explota.

Dicho así, para aligerarse la mente hace falta sobre todo admitir que él se encuentra sobrecargado y sin ganas. Primeramente, esta saturación parece normal; además, usted probablemente está recargado desde hace tiempo sin darse cuenta. Por otra parte, es una situación tan corriente que nadie le presta atención: todo el mundo está sobrecargado. Por lo tanto, nuestros cerebros son como computadores sobrecargados: tarde o temprano, ¡el virus se presenta!

En segundo lugar, desde el punto de vista social, el exceso de actividades suscita admiración. Mientras más una persona está ocupada, más nos impresiona. Usted está seguramente muy orgulloso de todas las actividades que usted logra manejar, en paralelo. ¿Cómo renunciar a un hábito que le produce valía?

Desgraciadamente, un cerebro que trabaja demasiado, puede conducirnos a cometer errores. En general, cuando usted está contrariado, le parece evidente que la fuente de contrariedad, es el sujeto que le preocupa en el instante. Imaginemos, por ejemplo, que usted tiene una disputa con su esposa: ella le lanza un comentario que lo molesta a usted… y usted se sale de sus casillas.

Hágase esta pregunta: ¿habría yo reaccionado tan violentamente si hubiera tenido una mente clara y en calma? Es difícil saberlo, pero la pregunta es ciertamente digna de interés. Con toda probabilidad, en el momento de la disputa, su cerebro estaba acosado por una docena de preocupaciones diferentes. Usted ya estaba recargado y el comentario de su mujer ha sido verdaderamente la gota de agua que ha hecho desbordar el vaso. Honestamente, su comentario fue un simple pretexto, que lo llevó a usted a reaccionar no importa cual haya sido la razón.

Piense usted en la tensión que se acumula cuando su mente trabaja sin descanso, con sus pensamientos revolviéndose noche y día, rebotando en el interior de su cráneo como bolas de ping pong. ¡Es inevitable! Son muchas las ventajas de mantener la cabeza clara. De entrada, uno se siente mejor. Al disminuir la cantidad de información, de proyectos, de preocupaciones y de suposiciones que colman el cerebro, se siente la impresión de liviandad, de espacio y de libertad. Para mí es como arreglar una oficina en desorden: una vez desaparecidos los montones de carpetas que le bloquean la vista, comienza al fin a trabajar. Lo que es más, usted estará menos nervioso. Usted escogerá uno a uno sus pensamientos, dignos de su atención, y se libra del resto.

Mi metáfora preferida a este respecto es aquella del ascensor. En tanto está lleno, pero no sobrecargado, el ascensor funciona de manera segura y eficaz. Los usuarios están relativamente cómodos, dejando el paso libre para dejar entrar y salir a unos y a otros. Meta veinte personas de más y nada funcionará; el daño sobreviene y los pasajeros se enervan. El caos reinante dentro del ascensor provoca crisis de histeria y de claustrofobia.

Igual que el ascensor, nuestro cerebro tiene un nivel óptimo de actividad. Antes de alcanzar ese límite, nos mantenemos distendidos y eficaces. Con la cabeza fresca, estamos en capacidad de poner los acontecimientos en perspectiva y de no dejarnos perturbar por las peripecias de la vida. Podemos asumir decepciones y malas noticias sin dejarnos desmoralizar, y reaccionamos de manera sensata y responsable, incluso en situación extrema.

Más allá de ese límite, todo se vuelve un desastre. Confrontados a más pensamientos de los que podemos dominar, nos volvemos irascibles, nos sentimos frustrados y desorientados. El otro día en un restaurant observé una dama que no parecía en sus cabales; eso se notaba en su mirada y el tono de su voz. Caminaba de un lado a otro, distraídamente, consultando su reloj constantemente. Sus palabras no tenían sentido. Nosotros estábamos viendo un juego de fútbol y el árbitro pita una falta dudosa. Que el árbitro hubiera tenido razón o no, no es la cuestión; lo que me impactó fue la reacción de esta dama: ¡ella se puso a insultar al árbitro a todo gañote!

Una bobería es suficiente para desestabilizar una persona recargada. ¡Imaginen lo que haría una verdadera tragedia! Si usted pierde la cabeza a la menor contrariedad, usted no será de ninguna ayuda a sus amigos cuando ellos pasan por un dolor.

En lo que concierne a los problemas financieros, hace falta tener las ideas claras para reflexionar inteligentemente para encontrar una solución. Asaltados por un gran número de preocupaciones, usted se arriesga a tomar decisiones contraproducentes que no harán más que agravar su sobregiro.

Visto bajo este punto de vista, la saturación no es un fenómeno envidiable ¿no es así? Yo espero que eso lo motive para aminorar el ritmo, y hacer la limpieza de su mente.

Para evitarlo, el secreto consiste en saber que todo se va a arreglar, no a pesar de su calma sino gracias a ella. Hacer la limpieza de su cerebro no quiere decir dejar de pensar, sino pensar mejor. Reflexionando sin dejarse distraer por las consideraciones que le ocupan cada día, usted trabaja de manera más inteligente y más eficazmente. Una vez que pone sus ideas en orden, las soluciones aparecerán solas.

Un día, cuando hacía mi caminata matinal, me caí de rodillas. Había sangre por todas partes. De vuelta a la casa, desinfecté la herida y me coloqué una cura y no me preocupé más. Para mi sorpresa, cuando me cambié la cura esa misma tarde, la herida estaba ya en vía de sanación. La herida cicatrizó casi frente a mis ojos.

¿No es milagroso? Si uno lo deja, el cuerpo humano se cura a sí mismo. Igual para una torcedura o una fractura; nuestro cuerpo sabe como repararlas. Lo mismo pasa con nuestra mente, como si dispusiéramos de un sistema inmunológico propio que preservara en forma natural nuestra salud mental. ¿Qué pasa entonces cuando uno pierde los pedales? Al dejarnos sumergir por las preocupaciones, ahogamos esta facultad de sanarnos, la escondemos bajo la hojarasca de nuestros pensamientos. He aquí por qué basta con tomar el retroceso para volver al orden.

Quizá ya le ha sucedido que una idea surgiese de repente, espontáneamente. Una intuición súbita, un pensamiento perfecto aparece simplemente en su mente en un momento ideal. En vez de dejar que esas intuiciones aparezcan al azar, provoquémoslas. Tomemos la vida con más calma y sabiduría en lugar de precipitar y dispersar nuestros esfuerzos. Nos basta con confiar en la sabiduría innata en nosotros.

¡Es formidable! Resulta inútil ponerse a pensar en todo, todo el tiempo. Más vale detenerse y tener confianza en sí mismo, y las ideas vendrán a tiempo y a hora. No se trata de botar nuestras agendas en la basura sino librarse de nuestros pensamientos superfluos para mejor organizar aquellos que son importantes.

Para comenzar, basta simplemente tomar conciencia de sus pensamientos sin juzgarlos ni clasificarlos, al observarlos. Con el tiempo, usted se sentirá implicado en cada una de sus actividades y su concentración progresará. Usted entiende mejor lo que lee, usted se sentirá “dentro del juego” en el tenis, y sus interlocutores se beneficiarán de su atención.

El número de pensamientos superfluos que colman nuestra mente en un momento dado es impresionante. La próxima vez que esté sentado en la terraza de un café con un amigo, póngase a contar las veces que las ideas tratan de distraerlo. La otra vez cuando estaba en plena conversación, me encontré literalmente bombardeado de pensamientos inútiles. Nada realmente urgente, sólo una retahíla de reflexiones me recordaban las cosas que yo tenía que hacer ese día. No solamente que el pensar en mis planes no me aportaba nada útil en aquel momento, sino que aquello, mi actividad de ese momento, era una cita muy importante que requería toda mi atención.

Muy a menudo, nuestro cerebro sacrifica nuestra concentración y el placer que nos produce nuestra actividad presente, en provecho de lo que tenemos que hacer más tarde, o de aquello que hemos hecho más temprano. En vez de distraerme en mis pensamientos, me tomé una pausa de cinco minutos para poner en orden mi cerebro y en concentrarme.

Conocer el problema, es el primer paso para solucionarlo; en seguida no queda más que identificar y eliminar los pensamientos superfluos. Lo importante es saber que los pensamientos que usted descarta no desaparecen completamente y que ellos volverán en caso de necesidad. Por lo tanto al descartar mis preocupaciones relacionadas con el uso de mi tiempo, yo sabía que ellas volverían después de mi entrevista.

Aligerando del peso de sus pensamientos, usted descubrirá todo un mundo de ideas nuevas, de creatividad y perspicacia. Mientras más calmado esté usted, más su perspectiva crecerá. Finalmente, usted estará listo para afrontar los grandes problemas de la vida con discernimiento y responsabilidad, sin dejarse ahogar por las necedades que abarrotan su cerebro.

Con el transcurso del tiempo, hacer la limpieza de su cabeza se convertirá en un hábito que le aportará paz en el alma, tranquilidad, inteligencia, sabiduría y felicidad. ¡Inténtelo!

Comentario: El orden y la limpieza son necesarios no solamente en nuestro ambiente, sino también en nuestros cerebros.
Del mismo libro “Cuando el vaso de agua se desborda” copio otro capítulo “Laissez-vous porter par les événements” (Déjese llevar por los acontecimientos).


Copio a continuación este capítulo:

He aquí la conclusión más paradójica a la que he llegado en la reflexión sobre las tragedias de la vida: para sentirse seguro dentro de este mundo, hace falta “soltar prendas”. Yo no sugiero que nos declaremos vencidos sistemáticamente, sino de escoger nuestras batallas. Es ilusorio pensar que lo podemos controlar todo, cuando es mejor que reconozcamos nuestras limitaciones.

Cada quien a su manera, espera enfrentar su destino. Se protege detrás de muros, de puertas blindadas y de cuentas de ahorro. Uno se imagina que así está al abrigo del peligro. Yo conocí a un hombre que lo tenía todo: éxito profesional, fortuna, prestigio, una mujer magnífica y hermosos hijos. Para completar, era un hombre de buena presencia y saludable. Pero, nada es completo, era paranoico. Obsesionado por el temor al peligro, él exageraba sus precauciones. Si se le preguntaba a cuáles peligros estaban destinados proteger tales disposiciones te miraba como si fueras el último de los inconscientes.

Como muchos de sus semejantes, este hombre se imaginaba poder vencer las leyes de la naturaleza: no reparaba en ningún esfuerzo para protegerse de todos los riesgos posibles. Contrataba los mejores abogados del país, y se aseguraba el servicio de los mejores médicos. Frecuentaba las mejores clínicas. Sus hijos estudiaban en los mejores colegios y consultaban los mejores siquiatras. Además contrató un entrenador particular para ayudar a su mujer a mantenerse en buena forma. Seguro, el tenía un plan detallado para manejar su patrimonio y un contrato matrimonial a toda prueba. Su riqueza y poder le daban la ilusión de poder desafiar la suerte poniéndose al abrigo de todos los peligros. En un sentido, su fortuna le trajo perjuicios. La vida siempre termina atrapándonos. Cuando esto llega hasta la paranoia, se descubre que nunca se puede prever todo. Sus hijos crecieron y se le rebelaron, su mujer lo deja por otro hombre más joven, y el contrato matrimonial se tornó sumamente frágil. Nuestro hombre envejeció, cae enfermo y murió. Después de su muerte sus herederos se enemistaron por la herencia.

Si he tomado como ejemplo un hombre rico y tan poderoso, es porque más que otros, él parecía tenerlas todas de su parte. Pero un día cualquiera, la vida nos cobra todo cuanto nos ha dado; y todos como el actor que se engancha a su gloria, o una mujer bella que maldice los estragos del tiempo sobre su rostro, todos estamos destinados a sufrirlo.

La veleidad de comandar nuestro destino es una fuente de sufrimiento y de angustia. Nosotros buscamos simplemente las garantías sobre nuestro futuro. Queremos un porvenir suficientemente previsible para ser confortante, y eso es de hecho comprensible. Pero vivimos en un mundo en perpetuos cambios, donde nada es seguro. Mientras más certezas reclamamos, más insistimos en crear las condiciones de un porvenir previsible, más dura es la caída cuando los resultados son decepcionantes.

Los ejemplos abundan: la gente no se comporta como nosotros deseamos, el valor de las acciones cotizadas en la Bolsa caen en lugar de subir, nuestros hijos toman vías diferentes a las que nosotros esperamos, la nieve brilla por su ausencia para nuestras vacaciones para esquiar, nuestro patrón quebró antes de pensionarnos, nuestros parientes se divorcian…

A menudo la mejor manera es cubrirnos de calma y admitir nuestra impotencia. Si uno reflexiona bien sobre el asunto, la necesidad de prevenirlo todo, es una carga terrible: si perseguimos nuestra seguridad, los cambios se convierten en nuestros enemigos. Y si para estar felices necesitamos alcanzar nuestras metas, cualesquiera que sean, la felicidad se nos escapará siempre. Resistirse a los cambios es como nadar contra la corriente en medio del mar: sin esperanza. Para salir de la situación, la solución está en dejarse llevar por la corriente para preservar las fuerzas.

Dejar de luchar no significa renunciar a vivir, pero es quizá la única manera de sobrevivir. La ausencia de resistencia se convierte entonces en fuerza. Dicho esto, es importante planificar el porvenir, cuidarse y cuidar a nuestra familia. Yo particularmente soy ferviente partidario de la prevención en materia de salud y del yoga, no solamente para preservar mi juventud. Soy igualmente partidario de la formación continua: no solamente es emocionante aprender cosas nuevas, sino que una buena educación es esencial para el éxito profesional. Yo he suscrito una póliza de seguro para proteger mi familia en caso de adversidad; he instalado un sistema de alarma en mi casa e inclusive hasta tengo previsto un refugio lleno de víveres para un caso de catástrofe natural. En una palabra, creo que hay que poner la suerte de nuestro lado…pero no llegar al abuso. Mi intención no es convencerlo de jugar a la víctima, ni a dar lástima o a adoptar una actitud pasiva. Todo lo contrario. Deseo simplemente hacerles descubrir el poder que se adquiere en soltar prenda, a desprenderse de cosas. Es reconfortante saber que el mundo no descansa en nuestras espaldas. Es necesario saber que no podemos anticipar ni resolver todos los problemas que la vida nos reserva.

Que haga el amor, que asista a una obra teatral o a un concierto, que participe en una comida entre amigos, se pasee por la playa, que se consagre íntegramente a lo que hace: esto hará de ese momento un momento único. Dejarse absorber por el presente asegura magníficos recuerdos aún cuando estos se desvanezcan con el tiempo. Vivamos plenamente el momento presente en lugar de compararlos con otros momentos. Cuando estamos asustados, decepcionados o encolerizados, no tenemos sino dos escapatorias: uno, nos refugiamos en el pasado reconfortante o en un futuro idealizado, o segundo, resolvemos el problema. Estos dos comportamientos fortalecen la ilusión de ser todopoderosos.

Admitir la impotencia permite sumergirse en el instante, aún cuando este resulte doloroso. Cuando uno se da cuenta que no hay salida, que no hay donde ir, deja de huir. En ese momento uno descubre que no sirve de nada protegerse: la solución consiste en aceptar las cosas tal cual ocurren. Ayer me entrevisté con una señora que acababa de descubrir que su hija se drogaba. Ella estaba tan serena que yo le pedí escribir un capítulo ¡para este libro! Ella estaba serena porque ella no se escondió de la verdad. Con la mirada llena de amor, ella me contó cuánto le costó llevar su hija a un centro de desintoxicación. Ella recordó su propia juventud y sus propios errores, sin minimizar la gravedad de la situación presente. Esta dama dio muestras de una actitud admirable; su vida en familia se había vuelto patas arriba de una manera que ella no desea para nadie, pero ella la enfrentó, síquica y emocionalmente. En vez de cubrirse la cara, ella aceptó la verdad, y no hizo sino fortalecerse.

Comentario: existe un viejo dicho, que solía decir mi mamá en los momentos difíciles: “a lo hecho, pecho”. Ánimo y adelante